domingo, 12 de julio de 2009

No hace tanto tiempo...

Aldor nació con la única maldición de que sus caprichosos genes decidieran otorgarle un ojo de cada color, uno gris y otro negro como el carbón. No parece gran cosa como maldición pero marcaría su destino de forma cruel. De pequeño solía ser blanco de burlas por parte de los niños del pueblo, lo raro y único de su condición hacia que los mayores lo mirasen por encima del hombro y diesen rienda suelta a su imaginería supersticiosa. Pero eso a Aldor no le importaba, era un niño alegre y jovial y no prestaba mucha atención a los menosprecios y abusos de sus coetáneos y vecinos.
Pocas cosas había capaces de amargar el buen talante del joven y acabó haciendo algunos amigos en el pequeño pueblo y teniendo una infancia feliz.



Pero el destino es caprichoso y un día llevó a Aldor a cazar cerca de unas montañas donde últimamente se divisaban corzos y ciervos que venían de las llanuras que empezaban a secarse por la llegada del verano.
El cazador siguió una buena presa durante mucho rato, esperando que esta se detuviese en algún claro o cerca de un arroyo para, en caso de fallar una primera flecha, poder volver a disparar antes de que se perdiese en la espesura. Tan ensimismado estaba en la tarea, que no percibió como el cielo se oscurecía poco a poco con nubes negras.
Al ver próxima la tormenta decidió dirigirse hacia el monte donde tal vez encontrase alguna oquedad en la roca o alguna de las cuevas que usaban los pastores para refugiarse de la lluvia.

Caminó durante mucho rato y cuando llegó a la falda de la montaña, el viento ya soplaba con fuerza y algunas gotas le golpeaban la cara con furia. Vio por encima de él un agujero por el que podría pasar a cuatro patas y comenzó a escalar con la esperanza de no encontrarlo ocupado con algún animal peligroso. Le parecía raro que no hubiese lobos, chacales y animales por el estilo en la zona, teniendo en cuenta la abundancia de caza.

Cuando entró en el agujero la lluvia caía con fuerza azotando la montaña y el bosque que había debajo formando una extraña bruma blanca por encima de los árboles. El agua caía con tal fuerza y el viento soplaba tan violentamente que empezó a notar como se le mojaban las piernas, así que comenzó a adentrarse en lo que parecía una especie de túnel.

Al poco rato de gatear ya no escuchaba la tormenta y pudo ponerse de pie. Improvisó una antorcha como bien pudo y vio que la caverna era enorme y que estaba llena de extraños símbolos grabados en la roca.
Había aprendido a leer en el templo por orden de su padre, pero no conseguía reconocer ninguno de aquellos símbolos. Siguió examinando las rocas durante mucho rato, descubrió también, que habían grabado dibujos de formas demoníacas y horribles criaturas y de repente reconoció una palabra, una sola palabra, no podía decir que era, lo que decía esa palabra, pero la entendió, era algo horrible impronunciable, indescriptible, algo que el mero concepto de leerlo era absurdo, porque absurda era la idea de escribirlo. Aldor sintió frío, un frío que le penetraba los huesos, las imágenes venían a su mente como un torrente, cadáveres en las calles, fuego y caos por doquier, tierras yermas llenas de ceniza y paramos llenos de moscas y gusanos y por encima de todo ello el rostro de un hombre. Un rostro maligno como no había visto nunca con una gran gema plateada en la frente que parecía llamarle, parecía buscarle. Aldor hecho acorrer con desesperación, quería salir de allí cuanto antes.
Pero como hemos dicho el destino es caprichoso y la carrera fue corta.

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